CAPTURAR UN MOMENTO
Desde el día en que, cuando era pequeño, su tío le dejó su
cámara fotográfica, Luis amaba hacer fotos. Salir a la calle, observar todo, fijarse
en un detalle y, después, capturar un momento, una emoción.
Pero ahora nada de eso importaba. Donde antes veía el sol
filtrarse a través de unos árboles, como un rayo de esperanza, ahora solamente
veía verde y una luz molesta. Donde anteriormente veía un mar de mil colores,
ahora sólo veía agua.
Sus días eran todos iguales: Se levantaba, iba al trabajo,
apagaba el ordenador, llegaba a su casa, encendía la televisión y se sentaba en
el sofá, hasta que llegaba la hora de dormir. Y vuelta a empezar. El único
cambio eran los fines de semana. Ponía la alarma, por costumbre, aunque la
posponía una y otra vez, hasta que llegaba el mediodía y el hambre hacía acto
de presencia. Entonces se levantaba, cocinaba, comía viendo la televisión y
luego se iba a la cama a dormir la siesta. Se decía a sí mismo: “Venga, hoy
sólo media hora”. Pero cada vez que sonaba la alarma volvía a posponerla y
disfrutaba de ese momento, el mejor de su día, donde el mundo no existía. Y así
pasaban los días. Cuando estaba con gente, o cuando hablaba por teléfono con su
madre o su hermana Mónica, fingía que todo estaba bien. Pero en la soledad de
su casa se quitaba la máscara y se refugiaba en el sofá, atiborrándose de
series y películas, o entre las sábanas, donde podía poner la vida en pausa y
se deleitaba en ese duermevela, donde nada tenía lugar.
Esa rutina lo calmaba: saber que el día siguiente sería igual
que el anterior, sin sobresaltos, sin sorpresas. Así pasaron una cantidad indefinida
de días. Hasta que un sábado le despertó a las 12:30 el timbre de su puerta,
que no paró de sonar hasta que abrió y se encontró con su hermana al otro lado.
—¿Todavía en la cama a estas horas, hermanito?
—Sí, bueno, ayer me acosté tarde y… ¿Qué haces aquí?
—Venir a verte —dijo apartándole a un lado y pasando hasta el
salón—. ¿Ayer te acostaste tarde porque pasó un huracán por tu casa? No sabía
que cabían tantas cosas en el suelo. Ni en una mesa. Ni en un sofá. Anda, mira,
en esa estantería aún queda un hueco en el que cabe algo. Tal vez una moneda.
Dos, si las pones muy juntas.
Luis se quedó callado. Le entraron ganas de coger a su hermana
y arrastrarla hasta el ascensor. Le empezó a costar respirar. Ella no debería
estar allí. Ella no… Mónica se había acercado despacio a su hermano y le estaba
abrazando. Al sentir ese contacto, Luis se puso a temblar y la abrazó con
fuerza, mientras todas las lágrimas que se había negado a soltar salieron a
borbotones.
—Luis, no puedes vivir así. No voy a permitir que mi hermano
pequeño se convierta en un fantasma. ¿Qué opinaría Alba si viera vuestra casa
así, si te viera a ti así? No es lo que ella querría. Vete a duchar, que nos
vamos a dar una vuelta y a comer algo.
Mónica se instaló en su casa, por mucho que él protestara. Le
obligaba a salir con sus amigos, a visitar a su madre, a ir a un psicólogo.
Todas las tardes salían a pasear, y todos los fines de semana tenía algún plan
para los dos. Alba dejó de ser una palabra tabú y empezaron a hablar de ella;
no de su enfermedad ni del dolor que producía su ausencia, sino de su manía de
ordenar la ropa por colores, de cómo aparecían tazas con restos de té en los
lugares más insospechados, de cómo se conocieron cuando él estaba haciendo
fotos en un parque y se quedó prendado de su sonrisa.
En uno de sus paseos llegaron a ese parque. Luis contempló el
agua donde unos patos nadaban. Se quedó mirando a uno, que todo el rato metía
la cabeza en el agua, buceando. Sintió un cosquilleo. Tenía la necesidad de capturar
ese momento, tan nimio, pero, a la vez, tan mágico.
—Mira ese pato. A Alba le encantaría. Ojalá tuviera aquí mi
cámara para poder hacerle una foto.
Delante de sus ojos apareció su cámara, que le tendía Mónica.
—¿Llevabas mi cámara en tu bolso?
Por toda respuesta, Mónica le sonrió.
Y la vida no deja de vivir...
ResponderEliminar¡¡¡Precioso!!!! Gracias Teresa.
ResponderEliminarEs bonito cuidar de alguien, a menudo necesitamos que nos cuiden.
Estupendo relato, muy emotivo.
ResponderEliminarFeliz semana¡¡
Qué bonito! Cuánta emoción! Me ha encantado.
ResponderEliminarBesotes!!!
Hermoso Teresa!!! El amor ayuda a salir de la tristeza profunda y logra que regrese la ilusión!!👏👏👏👏
ResponderEliminarMuy chulo! Rebosa sentimiento.
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